Un bálsamo de abrazos inquebrantables

Un bálsamo de abrazos inquebrantables,
por las oquedades de la amistad sincera,
sabiéndose rehén de esos cariños plenos,
que anudan fuertemente vidas y destinos.

Puede la vida zarandearte, fustigarte,
hacerte sentir que el todo estalla sordo,
dentro del cascaron vacío de tu nada,
aislarte el alarido existencialista hiriente.

Y tú salvarte en esa mirada radiante,
que desde la camaradería sin precio,
te brinda el corcho nacarado y rugoso,
donde atravesar ese gran piélago abismal.

Asirte con la fiereza de todas tus encías,
en el fuego inerte de ese gran salvavidas,
quemándote los instintos más primarios,
buscando compartir jornadas y miedos.

La amistad antigua que campea victoriosa,
por los recuerdos, verdades y mentiras,
compartidas en los susurros, los sueños,
como el pan blanco y caliente del mañana.

Quien no tiene un compañero de sustos,
sucumbe al lúgubre pesimismo de la vida,
porque solo desde la alta lealtad regalada,
se puede libar la violeta flor de la alegría.

Cómplices de las espumas violentas,
que salpican nuestros pardos cascos,
compinches de compartir esta travesía,
por los tiempos, los olvidos y los gozos.

El yo solo refulge pétreo en el nosotros,
el tú que nos magnifica, nos expande,
nos hace palparnos solidarios y generosos,
en los brillos de las pupilas de los otros.

Un hombre sólo, un pensamiento huero,
sucumben siempre en el vano narcisismo
o en el más de los truculentos resentimientos,
sin redención posible en todo su sufrimiento.

Necesito tiempo para vivir, olvidos para morir,
sueños y pensamientos para saciar mi labia,
y amistades para descubrir en la cálida sencillez
del abrazo que rehuí la locura dejándola atrás.
Rúben Aguado Alonso

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