Tramontana Existencialista
Viento que me hace más yo
que orea mis desventuras
en un amago lúdico y mendaz
de optimismo humanista mal llevado
de anarquista de salón de te.
El hombre, siempre el hombre,
campea victorioso en el horizonte
de sostenibilidades acres y cutres
de ecología vacía y huera, muerta,
asesina de la utopía del hombre.
Tanto sostenerse, solo indica
que usamos ideologías para
artistas paralíticos del alambre
que zozobran en la culpa eterna
de sentirse, de palparse hombres.
El amor todo lo avasalla, lo derriba,
fronteras biodegradables y recicladas
por las que todos los gatos pardos
orinan melancólicos en los rincones
dejando rastros de deseo y pasión.
Ser hombre es toda la inmensa lujuria
que la existencia nos puede ofrecer,
miedo al hombre que se escupe
ensalzando falsas madres naturalezas,
diosas pútridas de la pseudociencia.
Ser, feliz por ser, ser feliz siendo,
amando y desamando caminos
desde la mar al olvido, y vuelta
que te quiero ver empezar de nuevo
a gatear por la escala de la pasión.
Castrar el deseo, la pasión y la entrega
los enemigos del ser, del ser siendo,
se refugian en almas, en gayas,
en conciencias sucias que apestan
miedo, pecado y rencor al futuro.
Nada más libre que el manipularnos
los sentimientos, los genes o el sexo,
mentalidades de seminaristas convexos
con miedo al sexo, al hombre y al futuro
que vocean su hiel desde púlpitos ciegos.
Yo soy hombre, hombre soy yo, soy,
no nací para el miedo, ni al futuro,
ni a dios, ni al hombre; amo y sufro,
mi conciencia me libera y me encadena
al majestuoso monumento humano.
Hombre que se ufana de serlo siendo,
que lo vocea cristalino en sus hechuras
a imagen y semejanza de si mismo,
sin miedo de sus historias, sus deseos
o sus frustraciones, porque es libre.
Vientos que esparce mi sementera
por las tapias de los cementerios
sin dueño, amo o tirano que le ate
porque sintiéndose libre, puede llegar
algún día en verdad a serlo sintiéndolo.
que orea mis desventuras
en un amago lúdico y mendaz
de optimismo humanista mal llevado
de anarquista de salón de te.
El hombre, siempre el hombre,
campea victorioso en el horizonte
de sostenibilidades acres y cutres
de ecología vacía y huera, muerta,
asesina de la utopía del hombre.
Tanto sostenerse, solo indica
que usamos ideologías para
artistas paralíticos del alambre
que zozobran en la culpa eterna
de sentirse, de palparse hombres.
El amor todo lo avasalla, lo derriba,
fronteras biodegradables y recicladas
por las que todos los gatos pardos
orinan melancólicos en los rincones
dejando rastros de deseo y pasión.
Ser hombre es toda la inmensa lujuria
que la existencia nos puede ofrecer,
miedo al hombre que se escupe
ensalzando falsas madres naturalezas,
diosas pútridas de la pseudociencia.
Ser, feliz por ser, ser feliz siendo,
amando y desamando caminos
desde la mar al olvido, y vuelta
que te quiero ver empezar de nuevo
a gatear por la escala de la pasión.
Castrar el deseo, la pasión y la entrega
los enemigos del ser, del ser siendo,
se refugian en almas, en gayas,
en conciencias sucias que apestan
miedo, pecado y rencor al futuro.
Nada más libre que el manipularnos
los sentimientos, los genes o el sexo,
mentalidades de seminaristas convexos
con miedo al sexo, al hombre y al futuro
que vocean su hiel desde púlpitos ciegos.
Yo soy hombre, hombre soy yo, soy,
no nací para el miedo, ni al futuro,
ni a dios, ni al hombre; amo y sufro,
mi conciencia me libera y me encadena
al majestuoso monumento humano.
Hombre que se ufana de serlo siendo,
que lo vocea cristalino en sus hechuras
a imagen y semejanza de si mismo,
sin miedo de sus historias, sus deseos
o sus frustraciones, porque es libre.
Vientos que esparce mi sementera
por las tapias de los cementerios
sin dueño, amo o tirano que le ate
porque sintiéndose libre, puede llegar
algún día en verdad a serlo sintiéndolo.
Rubén Aguado Alonso
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