Zumo de neón

Llueve tristemente por las aceras
desdibujándose en los jaspeados
charcos de cieno y luces de neón.


Las manos ateridas abrigadas en
los bolsillos de la gabardina gris,
la ebriedad haciendo pespuntes con
los pies patizambos que me miro.


La ciudad grita en las centellas
rojas de los autos que salpican
con anillos el agua remansada.


Juego a deslizarme infantil sobre
el bordillo de la calle, juntando en
hilera delirante los pies uno detrás
de otro persiguiéndome a mi mismo.


Tambaleándome por los aires gélidos
mi mejilla es besada por la humedad
del agua y de las lagrimas gelatinosas.


Asfalto que recamado en las vías
destruye toda la humanidad que en
frenazos chillones se atropella rauda
huyendo de su hormiguero próximo.


Prisionero en una postura infame me
hago cínicamente carcajada de vaho
que alumbra la calle con su zumbido.


Posmodernidad de anuncios rutilantes
que en la oscuridad de las luciérnagas
de la noche esculpe en zumo de neón
la encabritada desmesura de sentirnos.


Un insolente traspiés de alcohol y uno
se siente atado en su cómica simpleza
dueño de los guiños de los luminosos.


Caído en la lluvia, sobre un charco,
las manos enfundadas en tela que la
aprisionan, miro los destellos de las
luminarias comerciales que alumbran
esta noche de misterio y postración.

Rubén Aguado Alonso





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