Yaciendo






Yacija de ácaros hambrientos
que roen las luminarias que
colgando de los pensamientos
introducen la duda en el alma.

Esa oquedad tornasolada de
vientos ululantes que braman
por los ventisqueros del ser
toda su desidia y su miasma.

Latidos que a golpe del ahora,
la necesidad y el deseo añil
derraman la sangre violenta
que calienta estos corazones.



Solo los durmientes son capaces
de descubrir la alquímica verdad
de los seísmos de los sueños que al
hacerse realidad matan al individuo.

Reposar sobre pétalos azules
que succionan los besos tristes
que se dan en las despedidas
cuando el maíz deja su dulzor.

Ronchas de piel calcinada
que rascándote infame con
las uñas llenas de esperanza
dejan cicatrices de espanto.

En los catres del olvido acunan
las madrastras del tedio agónico
los prematuros nacimientos que
la aurora nos trae en sus dedos.

Me revuelvo entre las sabanas
que se pegan lujuriosas alrededor
de mi torso de hombre taciturno
enamorado del amor sempiterno.

Despertaré a un hoy de ardores
y cegueras en el que consumaré
la danza de los cuerpos sólidos
que licuándose son condensados.

Pero nunca renuncié al olor
a almizcle y primavera que
sus oquedades intimas ataron
al salitre de mi piel tenebrosa.


Rubén Aguado Alonso.

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